lunes, 17 de mayo de 2010

Amor de azar: ¿Fiesta de disfraces, de cumpleaños o de compromiso?

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-No quiero usar ese vestido, ¡ni que me fuera a casar hoy, como para usar un vestido blanco!

El sirviente se alejo con el hermoso vestido blanco de encaje y con la cara llena de indignación. Renata, dama de compañía de Agnes, susurró algo al sirviente, quien no parecía dispuesto a obedecer, pero asintió.

-Su alteza, debe escoger un vestido. Sé que esta situación no le agrada, pero será mejor aceptar la invitación por las buenas y no enfurecer a vuestro padre.

-¡Ay Renata! Pero si yo no quiero ir a esa fiesta, me siento regalo de cumpleaños… Si voy, se formalizará el compromiso y no tendré escapatoria…

-Sir William es rico, apuesto y servicial, además de estar asombrado con su belleza. Jamás le faltará cualquier cosa a su lado. En un corazón que aún no ha sido atrapado, tenga en cuenta que el amor podría estar donde menos lo espera.

-Esta bien, Renata, iré… Pero con la condición de que usted no se me despegue en ningún momento. ¡No quisiera quedarme a solas frente a un viejo que se cree tiene derecho a ponerme las manos encima!

-¡Y no se las pondrá señorita! Al menos queda aún algo de tiempo para la boda…

-Me disculpas un momento, Renata.

Agnes salió de la recámara, a una pequeña sala de estar que atravesó para encontrarse frente a un librero. Lo empujó y caminó por el apretujado pasillo que descubrió, hasta llegar a un área amplia. Comenzó a recoger sus papeles, llenos de dibujos y escritos. Todos eran de su cara, de su cuerpo, de todo lo que la inspiraba a seguir cada día, algunos eran dibujados por él… Lloró amargamente sin parar de recoger. Las lágrimas bañaban todas las hojas que iba apilando sobre su escritorio rosa de madera tallado a mano. Llovía sobre las pastas de sus libros preferidos y lentamente los iba guardando y acomodando uno por uno en los libreros que cubrían completamente los muros.

-¡Dios!¡¿Porqué me has abandonado?!

Gritó desolada mirando al techo pintado por sus sueños, cayó de rodillas y sollozó desde el fondo de su más profunda herida.

Después de un rato se hizo consciente de su cansancio, la hinchazón de sus ojos, se hizo consciente del tiempo… Suspiró y al fin se calmó. Las lágrimas aún corrían veloces por sus mejillas al salir de su pequeño escondrijo. Resignada a enfrentar lo que viniera. Llegó a la recámara y el sirviente había regresado con un vestido rosa claro con bordado dorado, corsé blanco y mangas que caían al hombro y se prolongaban en forma de V. Combinaban perfecto con el antifaz rosa con dorado que traía el sirviente en la mano derecha. Y Renata examinaba unas alas hechas con pluma de ganso e hilo dorado, pensando como podría agarrarlas de la prenda sin dañarla.

-Ese me pondré, gracias.

Le pusieron la larga falda, el corsé blanco con el que amarraron las alas. Se veía divina… Pronto estuvo lista para el baile y bajó las escaleras, donde su padre la esperaba, vestido con capa, corona y demás.

-Mi princesa… Pronto estarás a un paso de ser toda una mujercita…

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-¡Ay Leo! Me asustaste. No puedes estar aquí. Te van a descubrir.

-¿Acaso no me extrañas, no me vas a saludar?

-¡Pues las personas se saludan de frente, no por detrás! ¿Qué vamos a hacer contigo muchacho?

Renata se paró de puntitas y besó suavemente la mejilla de Leo. Era un muchacho apuesto, pero terco e insensato, y a pesar de su condición, Renata no podía evitar sentir cariño por él, era como un hijo para ella. Le recordaba a su juventud con un espíritu libre, aventurero e invencible.

-He vuelto para rescatar a Mari Ann. No te preocupes por mi, la fiesta de disfraces ha sido una gran ventaja, y gracias por dejar mi puerta abierta.

-Siempre lo estará. Te dejaré entrar a la fiesta, pero ni loca que te llevaras a Mari Ann. Su padre ya viene en camino, pronto se harán los arreglos correspondientes para que regrese a su tierra. Agnes ha rogado porque se quedase en la habitación de huéspedes y ambas asistirá esta noche a la fiesta. Puedes platicar con Mari Ann, pero no dejaré que te la lleves, sólo empeorarías las cosas.

-Pero ella es un alma libre como yo, merece algo mejor que estar con su padre sentada en un trono.

-Lo que ella merece es un descanso de ti. ¿Qué no le has provocado ya demasiado sufrimiento? Preferiría que dejases las cosas como están. Esto podría arruinar la paz entera del país y a ti te preocupa que ella regrese a donde debe de estar.

-Pues su paz es la que más me preocupa…

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-¡Oh Agnes! Has estado llorando de nuevo.

-Sí, Mari Ann, pero no te preocupes, ya pasará, todo pasa siempre…

-Bueno, a pesar de ello te ves deslumbrante.

-¡Y tú también lo estarás cuando termine de arreglarte! Ya hablé con mi padre y te dejará asistir a la fiesta conmigo.

-Me encantan los vestidos rojos. Dime que podré usar algo rojo.

-Lo que quiera, su alteza.

-Gracias, su alteza.

Se soltaron riendo y se sentaron al borde de la cama de sábanas de seda. Agnes hizo un ademán a Olivia, quien aseaba la habitación, y ésta salió de la recámara lo más pronto que pudo.

-Mari Ann…

-Sí, dime Agnes.

-Estoy muy preocupada.

-No te angusties Agnes, sir William es un buen hombre y se dice que está perdidamente enamorado de ti, verás como saldrá todo bien. Además, no queda de otra que aceptarlo… Cuando me llegue el día de comprometerme, espero que sea alguien como él: moreno, apuesto y de ojos verdes.

-No, Mari Ann, eso no es lo que me ha estado oprimiendo tanto el corazón…

-¡Oh! Hablas de…

-Es que estoy angustiada por él, que tal si su madre ahora no le acepta y no tiene a dónde ir, sabes que ya está hasta el colmo de él. ¿Y qué tal si trata de entrar al castillo esta noche? Los guardias estarán muy atentos, te lo aseguro, y si las nubes dejan de opacar el cielo… ¿Crees que lo asesinarían?

-Agnes… Tranquilízate… Yo también lo he pensado. Ambas sabemos que lo más seguro es que trate de entrar esta noche, más nos vale estar preparadas. Ordena que todas las cortinas del gran salón sean cerradas. Te confesaré que más me asusta no volverlo a ver, que el peligro que corre viniendo aquí…

-¡Cómo quisiera no ser una princesa! ¡No estar comprometida! ¡Quisiera ser como él, para vivir exiliada el resto de mis días! Perdería todas mis cosas materiales y, tal vez, hasta el amor de mi padre, pero al menos podría vivir a su lado.

-Lo comprendo perfectamente… Tal vez, lo mejor sería olvidarlo, por el bien de ambas…

Se abrazaron desconsoladamente… No había nada que las salvara. Una destinada a vivir el encierro de su castillo y la tiranía de su padre y otra obligada a casarse con un hombre que no amaba y le duplicaba en edad. Ambas amaban a un hombre que no podía vivir entre los hombres…

-Pero, Agnes. No llores, para ti hay solución…

-¿De qué hablas Mari Ann?

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