sábado, 30 de marzo de 2013

Desesperadamente le ruego a Dios…

No me acuerdo la última vez que te vi. No me acuerdo si fue un saludo fugaz en el pasillo de la universidad. No me acuerdo si fue ese día que te pregunté sobre la fotografía. No me acuerdo si fue una de esas tardes de entresemana que me siento a ver pasar la gente y pasaste en tu uniforme de entrenamiento. No me despedí. Cuando te fuiste de viaje, no me despedí. Y ella me dijo que fuera a la misa y no fui y dije ¿para qué voy si tengo tanto trabajo que hacer?

Tú me animaste a hacer este blog. Tú me conociste tonta e indefensa. Tú fuiste uno de mis primeros amigos verdaderos. Y sigo contándote entre esos amigos que sólo caben en la palma de tu mano.

No quiero decirte adiós, no quiero decirte nada, porque las cosas se dicen en vida y a ti todavía te queda mucha. Y si te vas ya no podré decirte nada.

Yo sé que vas a despertar. Yo sé que vas a reírte de que nos pegaste un buen susto. Yo sé que volverás a ver otro cumpleaños pasar. Yo sé que volverás a tu casa y volverás a querer salirte de ahí como siempre. Yo sé que volveré a saludarte en medio del pasillo. Yo sé que volveremos a hablar en el sillón que está afuera del salón. Yo sé que podré volver a ti por consejo y tú a mí, aunque no lo hagas tan frecuentemente como yo, por que eres tan reservado, tan terco y tan fuerte que por eso sé que saldrás adelante. Eres fuerte pero yo siempre he sabido que tienes un corazón de pollo, galán. Te quiero…

Pero, ¿y si no lo haces?… ¿y si no despiertas?… Quisiera poder disipar esa duda… Sólo me queda esperarte…

“Cuando alguien se va, el que se queda sufre más…”