lunes, 22 de noviembre de 2010

Me regalaste tu corazón

Te miré a los ojos. A través de ellos reconocí tu miedo y se hizo familiar dentro de mi. Bajó hasta mis pies y me puso la piel de gallina. Supongo que fue el frío de aquella noche estrellada.

Te arrodillaste ante mí… ¡Dios mío! No puedes, no ahora, espera… Pero vaya que había esperado ya tanto.

Temí que mis padres asomaran por la ventana, nos vieran entre flores tan silenciosos. Me dijiste: “Te amo, y quisiera pasar el resto de mis días a tu lado. Esta rosa blanca es para mi mejor amiga en el mundo, y esta rosa roja es para la novia más preciosa de todas, mi princesa…¿Serías mi princesa?… Porfavor…”

Y yo te tomé de la barbilla, me agaché y te di un tierno beso en los labios. Y te dije al oído: “Seré tu princesa hasta el fin de los días, mi caballero de dorada armadura”, mientras tomaba la rosa roja de tus manos. Tú te levantaste y me abrazaste con frenesí, me diste una vuelta, despegando mis pies del suelo y nos besamos tan apasionadamente. Yo me sentí tan feliz como nunca en mi vida, que lloré de la emoción.

Sólo la luna fue testigo de nuestra pasión, que hemos desatado hasta hoy, y el recuerdo de nosotros ha quedado grabado tan presente siempre.

Tú y yo, desde entonces, hemos avanzado a pasos agigantados, pero siempre tan fuertes, siempre tan firmes, siempre sin arrepentirnos.

Te amo y estoy dispuesta a hacerlo por el resto de mis días, hasta que se acaben los días, más no hasta que el sol se apague, porque sin tu luz, estaría yo perdida.