lunes, 21 de junio de 2010

Corazón, hoy no eres uno, ni eres dos.

La sencillez d tu sonrisa, ilumina mis días,
si no te tuviera, mi amor , no sé que haría,
seguramente moriría...

Pero teniendo tu recuerdo dentro de mi ser,
soy capaz de cruzar el océano por volverte a ver.

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riverside company

Corazón, late fuerte, late hoy,

desvanece la razón,

engrandece mi ilusión.

Corazón, por favor,

no me falles hoy,

que el mundo escuche tu deseo, tu interior.

Corazón, ama hasta el final,

no caigas, no cedas,

con todo te entregas.

Corazón, tentación de mi cuerpo,

externa mi pasión,

demuestra tu valor.

Corazón, hoy no eres uno ni eres dos,

hoy eres mío, suyo y de los dos.

:-[teamocarlos]-:

 

lunes, 14 de junio de 2010

Keep on movin…

Me veo llorar en el espejo y me río de cómo me veo. Me odio, por eso me río, me río de la ironía. Me odio por ser lo que jamás creí… una hipócrita.

Mírame a los ojos. Mírame, por favor…

Destrozada por dentro me seguía riendo. Y realmente disfruté el momento, pero dentro de su sinsabor…

No quise hacer una escena. No era el momento ni el lugar…

Pero siento que ese silencio cuando volví a sentarme era de ese sensor de problemas. Lo sentí… Y aún con ese nudo en la garganta me seguí riendo…

Era un día especial… Era su día especial… El mío jamás llegó… Por más que lo forcé…

Por eso soy una hipócrita… Y me odio por ello…

Pero que se puede hacer… Un día más… ¿Qué más da?

¿Cuántos tantos no he sobrevivido ya?

Hoy fue un día feliz… Igual que ayer, igual que antier…

Lo odio porque fue hipócritamente, forzosamente feliz…

miércoles, 9 de junio de 2010

Amor de azar: Mis raíces, ¿mi destino?

Los rayos de sol entraron por la vieja ventana de marco de madera. Las cortinas desgastadas por la atrocidad de las lluvias y el correr lento del tiempo se agitaban danzando en el viento invitándola a despertar de aquella eterna ensoñación.

Estaba soñando que caía en un abismo sin fondo, sólo caía y desesperada buscaba algo a lo que aferrarse. Solía tener sueños de desesperación en las noches, jamás se borraron y endurecieron sus años de su vida.

El sobresalto de recuperar los sentidos al despertar la hizo apretar lo primero que sus manos alcanzaron. Y sintió un inmenso placer al enterarse de que ésto eran los brazos de su amado esposo. No quiso abrir los ojos, se dedicó a sentir los cálidos rayos de sol y el protector abrazo de su marido.

Volteó su cuerpo y beso la mejilla de aquél hombre suavemente. Quien esbozó una pálida sonrisa.

-¿Te ha despertado mi beso?

-No, me ha despertado tu sueño.

-Un sueño mío no te puede despertar, es sólo mío.

-Pues… Soñaste otra vez que caías. ¿Cómo podría saberlo si tus sueños sólo son tuyos? Aún olvidas que eres mía…No abras los ojos. No dejes entrar a la mañana, por favor.

- Pero si ya entró, yo no la invité a pasar.

Con su mano izquierda saboreó el torso de su esposo, desde el pecho hasta el abdomen y de regreso. Subió y bajó explorando ese cuerpo como si no lo conociera. Entonces alentó el paso y se ató a su cuello. Boca abajo levantó los hombros en actitud juguetona, mientras él acariciaba su espalda.

-Tengo los ojos cerrados.

Siguió el sonido de su respiración y le plantó un beso de labios, antes de poderse separar, él ya había tomado su nuca con la mano izquierda y la obligó a seguir hundida en sus labios. La empujó sobre él y acarició sus suaves muslos con una mezcla de ternura y deseo, subiendo cada vez más y acariciando cada centímetro de piel de su mujer.

Ella se sintió apresada, abrumada ante tal demostración de imperioso deseo. Pero no le puso un alto. Aunque se hubiera sentido indignada, en sus brazos, olvidaba el orgullo como con nadie más y se dejaba manipular en la cama, en el sillón, en la cocina, en el suelo, en la pared de aquí para allá, al derecho y al revés. Tan mansa como si hubiera nacido para obedecer y fuera algo dentro de su naturaleza. Era el único lugar donde dejaba a su marido mandar y se adjudicaba la tarea de acatar. Así les gustaba a ambos el desahogo de los placeres.

Agitados y derrumbados en el suelo, con la casa volteada al revés, se voltearon a ver y por fin se dignaron a abrir los ojos. Habían vuelto a la posición en que despertaron, sólo que ahora el sudor y la pasión embarradas en la pared les daban un alivio en el alma que recorría su exhausto cuerpo.

Estaban exhaustos, más que por el acto, por la liberación de las amarguras que los atormentaron por diez años. Ambos sabían que no podrían dejar huella en el mundo de su amor, tendrían que barrerla y limpiarla, y entonces sólo la casa sería lo que dejaran atrás al morir, junto con su leyenda; pero en esos momentos, lo único que importaba era el enorme amor que se profesaban. Y con ese pensamiento dejaban arrancar las mañanas para al finalizar el día recurrir otra vez a la demostración de su jurado eterno amor, pero por las noches, la casa no sería testigo de su desatada pasión.

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- No se lo diremos a Acriógena.

- Pero Lana, ella tiene el poder de quitarnos todo por lo que hemos luchado.

-¡Pues que nos lo quite! Esta criatura es más importante que tú y que yo y si Dios nos la otorgó, es un regalo que no se puede devolver. ¡Esa vieja lo quiere entregar al diablo como me entregó a mí!

Él admiró nuevamente su capacidad de defender con uñas y garras sus principios. Dentro de su sangre de loba, alerta a la agresión siempre estaba y lista para defenderse de la adversidad. Su sentido de madre había nacido y se había acrecentado con 4 meses de embarazo. Ebro, la amaba locamente por el hecho, pero había dado su palabra a Acriógena. Ella le había advertido, que si lo dejaba pasar, lanzaría él sólo una maldición sobre la raza humana por un capricho de dos.

- Por eso te amo, Lana. No lo entregaremos, pero habrá que ocultarnos de su ojo vigilante.

En realidad Acriógena sólo era una vieja amargada por los años. No tomaba partido por el diablo ni por Dios, no creía en ellos. En lo único que creía era en la madre naturaleza y en que ésta otorgaba como arrebataba y lo sabía por 100 años de experiencia. Su autoridad era incuestionable para quienes la conocían. Pero Ebro sólo la había conocido por palabras y en persona una vez, el día en que fue en su búsqueda para consumar la transformación. Lana la conocía por palabras, la conocía en persona y hasta juraba y perjuraba haberla conocido en su otra vida. Y aunque le faltara al respeto en palabras y al yugo del imponente instinto de madre, en el fondo tenía un pavor inmenso ante lo que estaban a punto de hacer, la desobediencia y mal agradecimiento eran un castigo sin perdón. Pero sabía que esta decisión era de esas que en la vida y después de la muerte no se arrepienten.

Huyeron del pueblo, huyeron de todo, sin saber que las circunstancias los volverían a empujar hacia allá 7 años después. Con un crío y una esperanza que volvería sus días negros para siempre.

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Lana rescató a su hijo ese día de las garras de Agnes y su tropa de burócratas inútiles reuniendo a todos los lobos del bosque, del pueblo, de los alrededores, de dónde pudo y como pudo. Las manadas cooperaban ante el llamado de muerte a los invasores, ante el llamado de desesperación de una madre viuda… ante el llamado de Lana.

Ejército como aquél jamás se había visto, la tropa fantasma se acercaba sigilosamente al castillo, derribando militares aquí y allá, no alcanzaban siquiera a gritar auxilio ante los poderosos dientes y la ventaja de la sorpresa. Corpulentos, musculosos, delgados por la hambruna, pero resueltos con determinación, machos, hembras, grises, cafés, blancos, todos…

Se enfrentaron ante una encarnizada batalla cuando uno de los jóvenes dejó escapar a uno de los hombres y se tocó la alarma en el castillo, pero para ese entonces, Lana ya había entrado al castillo de acuerdo al plan y mientras todos se vestían para salir a batalla, Lana levantaba la pesada piedra con ayuda de dos primos. Entró en la cocina alborotando todos, incluyendo al mayordomo que corrió despavorido fuera de ahí. Lana estaba segura que le enseñaría el camino hacia la señorita. Aulló con todos sus pulmones entre el trasterío y corrió detrás del mayordomo con 4 primos a los lados y otros 4 cuidando la retaguardia.

El aullido alentó a los lobos que protagonizaban la encarnizada batalla afuera, pero por suerte eran tiempos de guerra y en el castillo faltaba autoridad, pero las flechas acababan con un gran número de ellos. Subiendo las escaleras de la torre, Lana alcanzó a ver dentro de la habitación la carita asustada de Leo antes de que el mayordomo la cerrara de golpe.

-¡Mami! ¡Mami!

Gritó Leo, había algo en su voz que se hizo escuchar sobre todo y estremecer el castillo. se abalanzaron sobre la antigua puerta y la abrieron no con facilidad. Entonces Lana frenó sus ímpetus ante el mayordomo, Agnes, una criada, otra niña parecida a Agnes dándola por su hermana y Leo. Se paró en seco y viendo el pavor en los ojos de los demás, se inclinó ante su hijo sumisamente. Leo montó en el lomo de su madre sabiendo que se avecinaba una tormenta sino lo hacía inmediatamente y bramó antes de irse, “¡Gracias!”.

Lana aulló el triunfo junto con sus 4 primos, mientras bajaba las escaleras y se les unieron los otros 4 que esperaban al pie de las escaleras. Salieron a avisar a los demás, desde dentro de las murallas y los guardias dieron cuenta de los intrusos. La lluvia de flechas se dirigió hacia ellos, hasta que uno de ellos notó al niño y gritó porque se detuvieran. Rodearon la torre y se metieron por el túnel por donde habían llegado, al salir al paraje, los demás lobos estaban huyendo, mientras gruñían, ladraban y aullaban la victoria.

Acriógena presenció todo el acto desde su cómoda silla, en su vajilla de plata con agua hasta el borde. Analizando cada movimiento. Sabía que Lana había nacido para ser una gran líder, comprendió que tenía tácticas maestras escondidas bajo la manga para conseguir siempre lo que quería. Arriesgaba tanto su vida, porque para ella nunca valió nada, Acriógena se lo había dicho desde el momento en que nació. Y con la desaparición de su marido, con la aprensión de su derroche de pasión sabiendo que jamás volvería a despertar a su lado escuchándolo decir “Eres mía” y jamás volvería a rondar las noches en vela con él a cuatro patas entre los árboles, se había vuelto más temeraria que nunca.

Acriógena la admiraba por haber asumido su papel de madre tan a pecho. Se encolerizó ante el triunfo de su acto de temeridad y aún más ante su sobrevivencia a pesar de todos los obstáculos que siempre le puso. Turbó la apacible vajilla de un zarpazo. Pero no pudo evitar sentir esa pizca de orgullo, sabiendo que su hija había rescatado a su nieto querido en base a su reputación. El destino era inevitable…

“Corazón indomable para siempre, exterior de la raza traicionada. Línea nueva, sangre nueva a la luna llena. Condenando a almas de infortunio el crío de bastarda, el capricho de tres, el desentendimiento.”