miércoles, 19 de mayo de 2010

Amor de azar: El baile

 “Dancing pairs, painted wings, things i almost remember, and a song someone sings, once upon a december.”

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Bajé las escaleras poco a poco. Mis zapatillas rosas querían ceder ante la gravedad, pero no las dejé. Postura, era lo único que pensaba en ese instante. Abriría el baile, al lado del rey.

En los barandales y ahí abajo, todas las miradas se dirigían hacia mí. Me viste, radiante, de seguro pensaste que parecía un ángel, lo sabía porque con esa mirada solías decirlo, por eso evité tu mirada, me sentía culpable de estarte engañando. Seguí bajando por el tapete rojo. Ansiosa por comenzar a bailar, dejar a mis pies hacer lo que mejor sabían. Y que las cosas siguieran su curso.

-Mi preciosa flor, mi hermoso regalo de Dios, la única mujer en mi vida, mi razón de existir, baila conmigo esta primer pieza, que será la última que bailes al lado de tu padre.

Con lágrimas en los ojos, el rey extendió su mano y la tomé sin dudar. Por dentro me carcomía lo que estaba a punto de suceder. Deshonra, del más alto rango. Traición, de la más baja. Pero la causa de todas aquellas injurias, sería la felicidad de ellos dos. Eso aliviaba mi alma y todo el dolor en mi porvenir.

Sonreí sin hablar, y comenzó la música, la luz nos seguía a dónde fuéramos a parar y sir William no apartaba su vista de mí. Caras, caras por todos lados, vestidos, glamour, luces, todo lo veía pasar frente a mis ojos, ahora tan lejano, ahora con tanta nostalgia, pues lo que conocía hoy, tal vez no lo conocería al final de la noche, y con el tiempo lo habría de olvidar.

El rey besó mi frente al acabar la pieza, y me entregó a manos del caballero que ansioso esperaba su turno. Mi futuro prometido… Así lo anunció, mientras me entregaba a manos de aquél caballero. Quien se arrodilló ante mí, se me declaró tomando mi mano y yo sin más, asentí después de una alargada pausa.

Sir William, a pesar de tener cerca de 40 años, era apuesto, delgado, alto, de tez morena y cabello negro, pero lo más intrigante eran sus ojos, unos ojos verdes tan penetrantes, con tanto sufrimiento atrapado. Pareciese que habían descubierto la treta, pero me miraban llenos de amor, llenos de ternura. Me repetía a mí misma constantemente: lo amarás, todo saldrá bien y lo amarás, y él también aprenderá a amarte a ti…

Las demás parejas se comenzaron a unir al baile. Venían de todos lados. Él se dirigió a ella, él con su galantería a más no poder, ella con su hermoso vestido rojo y crema, parecía toda una reina, siempre me gustó ese vestido. Los seguí atentamente con la mirada, mientras sir William, susurraba en mi oído, promesas de amor, historias de su tierra y de su inmensa riqueza. Los vi entrar al baile, él le hablaba dulcemente con susurros, para salir al jardín.

Sentí una inmensa felicidad por ellos, una inmensa tristeza por mí, y comencé a llorar abrazada de aquél apuesto caballero. Estaba hecho, ya no podía huir, ya no podía escaparme aunque quisiera… Y éste es el destino que escogí, ser tu princesa, tu esclava… Y hacia allá volaba quien hubiera querido estuviera bailando aquí conmigo, pero ése es su destino, estar a su lado.

-No tienes por qué llorar, mi querida Agnes. Te daré todo lo que desees, tú dímelo y yo te lo entregaré en bandeja de oro. Nuestra vida juntos será un eterno sueño hecho realidad. Verás como el mar te sienta bien, la playa es hermosísima, y cuando llega el ocaso, es el momento más majestuoso, el juego de luces que crea en el horizonte.

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Busqué entre la gente a Mari Ann, no había pensado lo difícil que sería reconocerla entre tantas máscaras, plumas, sombreros, vestidos. Al fin la reconocí, por su vestido rojo, ése se lo había visto puesto a Agnes, confeccionado perfectamente a su medida y exclusivamente para ella, y a Mari Ann siempre le había gustado, no había duda, era ella. Me coloqué tras de ella disimuladamente.

-Se ve radiante, mírala, parece un verdadero ángel caído del cielo… ¿Qué no piensas hablarme Mari Ann?… ¿Ni siquiera me voltearás a ver? Bueno, como prefieras.

Agnes bajó las escaleras, es la mujer más hermosa que jamás he visto en mi vida. Ese disfraz le va a la perfección, es un verdadero ángel. Aunque en sus ojos es donde está la verdadera magia… Esos ojos que me hechizaron desde que era un chiquillo… Se ve algo delgada, ¿será de tristeza?

-Mari Ann, Renata me ha puesto al tanto de tu situación, pero no estoy dispuesto a correr el riesgo de dejarte aquí, menos en manos de la decisión de una corte, tú bien sabes que la crueldad de tu padre no se doblega ni ante su hija.

¿Porqué no querrá hablarme Mari Ann? Se debe sentir muy dolida por haberme ayudado a escapar y que me haya puesto en riesgo de nuevo. No me importa, he venido por ella, y no me iré sin llevármela, por las buenas o por las malas.

“Me complace anunciar que esta señorita frente a mí, hoy se convertirá en la futura esposa de sir William, uniendo nuestro país con la zona costera más rica del continente. Regocíjense, súbditos, celebremos esta eterna unión en el trigésimo séptimo cumpleaños de sir William.”

¡¿Cómo?! Agnes… No, no, no… Bueno, ¿y qué esperanzas tenía yo? Ella es una princesa, yo un fugitivo… ¿Qué futuro tendríamos juntos, huyendo siempre de la ley. Sólo me ganaría la promesa del yugo… Pero aún así, me parte el corazón…

Espero que sus sueños la carcoman, la adelgacen más, hasta que se muera de tristeza en manos de ese viejo… Espero que tenga pesadillas hasta que se vuelva loca de amor por mí…

Bueno, a lo que vengo, me podré lamentar después, la podré maldecir después… Ahora recuerdo porque desprecio tanto la realeza… Mi madre tenía razón…

-¿Me permite esta pieza, señorita?

Sabía que ante este ademán, ella no se resistiría. La saqué a bailar y rápidamente me abrazó. Debió haber querido confortarme. No hay nada por qué consolarme, ella ha escogido ese destino. Yo debiera seguir mi camino…

-Vine a llevarte, Mari Ann. Vámonos, no estás segura aquí. Aprenderé a amarte, lo juro. Agnes ya no es mía, jamás podrá serlo… Escaparemos y nos llevaremos a Aurora, lejos de aquí, en tierra donde ni cielo ni infierno nos alcance. Y en noches de luna llena vendré a vivir con mi madre, solo 7 días me extrañarás. Te prometo que tendremos una vida, como ninguna. Serás campesina, ya no más realeza, seremos libres de viajar a donde queramos, hacer lo que queramos, lo que siempre quisiste. Si no quieres, no muevas tus labios, sólo asiente y en este instante saldremos de aquí, para no volver jamás… Te liberaré…

Asintió.

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-Te enseñaré el abecedario, ya verás, aprenderás a hablar en un dos por tres.

-¡Ay Agnes! Los niños mudos, nunca aprenden a hablar, no pueden.

-Pues yo digo que si Leo sabe escribir, también sabe hablar. Es que su mami nunca le enseñó, eso es lo que pasa. Como vivía en el bosque, no necesitaba hablar con nadie.

-Mmm, bueno, como diga su alteza.

Renata siguió cosiendo el vestido de Agnes. Era azul celeste, con hermosos moños azules en el borde de la falda, un curioso corsé azul con mangas abultadas y encaje en los bordes. Tocaron la puerta, era una mujer de la servidumbre.

-Su alteza, su padre me ha mandado a avisarle que debe bajar a cenar en 20 minutos, dice que habrá una invitada especial.

-Gracias.

La sirvienta cerró la puerta y Agnes comenzó a saltar de alegría.

-¡Es Mari Ann, Renata! ¡Qué bien! ¡Qué bien! ¡Ya llegó!

-Tranquila, Agnes, o harás que el suelo se venga abajo. Esa no es conducta propia de una princesa.

-Lo siento, Renata, pero estoy muy emocionada. ¿Me arreglas por favor?

-Claro, Agnes, y podrás estrenar tu hermoso vestido azul. ¿Que tal quedó?

-Muy lindo, Renata.

“mui lino ane”

-¡Válgame, Dios! Este niño no es mudo.

-¡Te lo dije, Renata! Te lo dije. ¿Qué quieres decir, Leo?

“¡mulinoanes!”

- Dice que el vestido es lindo. No, Leo, es “MUY LINDO, AGNES".

-Muy lino, Agne

-LINDDO

-lindddo. Muy lindo, Agnes.

-¡Ya lo tienes!

-Tengo que decírselo a tu padre, Agnes. Ya vengo, sólo iré a ver cómo van las cosas en la cocina, si me necesitan allá, tendré que mandar a alguien más a que te arregle, lo siento.

-Mmm, está bien, pero me debes dos.

-¿Cuáles dos?

-Pues una por no arreglarme, y la otra ¡por no haberme creído que a Leo le quitaba lo mudo!

-Jajaja. Está bien, te debo dos.

Renata cerró la puerta del cuarto y me quedé a solas con Agnes en el cuarto.

-Bueno, Leo, será mejor que tú también te arregles para bajar a cenar.

-Agnes, lindo.

-Sí, mi vestido es lindo.

-No, Agnes lindo.

Agnes se sonrojó, y le dio un beso en la mejilla mientras le contestaba:

-Tú también eres lindo, Leo. Te quiero, Leo.

-Te quiero, Agnes.

Lo recuerdo tan bien, quisiera poder regresar el tiempo…

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